¿Cuántos traumas puede soportar una persona antes de salir gritando por las calles? o ¿Cuánto puede negar ver alguien, con tal de seguir una vida cómoda y de aparente tranquilidad? Estos interrogantes parecen ser la clave del último filme del director Woody Allen.
Blue Jasmine, narra una historia sencilla pero que esconde más que un drama, la tragedia humana. Si no hay culpa no hay tragedia, dirían los griegos. Pero Jasmine sí la siente. Culpa que pagará con desequilibrio emocional del cual no sabemos si podrá recuperarse algún día.
Jasmine, que en verdad se llama Jeanette, es una elegante y distinguida dama de la alta sociedad neoyorkina que disfrutaba a plena de la vida burguesa hasta que una llamada por despecho al admitir que su marido hace años que la engaña y hace juego financieros peligrosos lo cambia todo. La vida de lujo de esta mujer madura, se traslada entonces al modesto hogar de su hermana Ginger, para intentar recuperarse de su profunda crisis pero Jasmine llegara con la cabeza tambaleante y sumergida en un cóctel de antidepresivos. Aunque se muestra capaz de proyectar su porte aristocrático, es rústica emocionalmente y cuando encuentra un potencial salvavidas en brazos de un diplomático que se enamora de ella, todo vuelve a sucumbir.
Cate Blanchett, a quien se la ve mejor que nunca en su papel por momentos nos recuerda a la protagonista de Tennesse Williams, en "Un tranvía llamado deseo".
En el relato, Allen combina varios flash back entre el pasado elegante de Jasmine Flench y su mundo actual en San Francisco junto a su hermana, quien parece estar con hombres que no la merecen y no son bien vistos a los ojos de Jasmine.
Una vez más, Woody Allen se tira de cabeza en el universo femenino y lo hace fiel a su estilo, combinando drama, sarcasmo y el humor.
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